HISTORIA DE LA PINTURA ECUATORIANA
Desde el 10 de agosto de 1809, en que estalló el Primer Grito de libertad política, hasta el 24 de mayo de 1822 en que se consumó la Independencia, Quito vivió un ambiente de inquietud, nada favorable al desarrollo de las Bellas Artes. Esta etapa de intranquilidad hay que prolongarla hasta el 6 de marzo de 1845, fecha de la caída del general Juan José Flores. Shaftesbury, nutrido de las ideas del neoplatonismo, estableció una íntima dependencia entre los ideales políticos de libertad y el desarrollo y florecimiento de la cultura. Según él, sólo en un estado libre pueda asegurarse una alta cultura espiritual, en que florezcan las Bellas Artes. ¿Hasta qué punto es verdadero y aceptable este criterio? El paso de la dependencia a la libertad política se dejó sentir en todo el ambiente social de la nueva República. Como contribución directa se impuso el dos por ciento de los haberes individuales. En el Registro correspondiente a 1825, se hace constar la lista especificada de los contribuyentes. Ahí figuran los pintores, los escultores y los plateros. La proporción de bienes registrados indica la situación económica, generalmente escasa, que vivían los artistas. A la cabeza —468→ se hallaban, entre los pintores, Antonio Salas y Diego Benalcázar con el haber de quinientos pesos y la contribución de diez anuales; seguía José Olmos, calificado de pintor y escultor, con cuatrocientos pesos y la cuota de ocho; venían luego Javier Navarrete y Matías Navarrete, con trescientos y el impuesto de seis; a continuación constaban Esteban Riofrío, con doscientos cincuenta y cinco de cuota; después se hallaban Mariano González, Antonio Vaca, Feliciano Villacrés, José Díaz, Mariano Flor, José Páez, Pedro Villagrán y José María Riofrío, con doscientos pesos y cuatro de impuesto y, finalmente, Mariano Unda, Mariano Rodríguez, Javier Pazmiño, Agustín Vaca, Ignacio Mora, Joaquín Paz y Baltazar González, con ciento cincuenta pesos de haber y tres de contribución. Entre los escultores figuraban Manuel Puente, Manuel Jara y Toribio Escorza, el primero con doscientos cincuenta y los dos restantes con doscientos pesos y la cuota de cinco y cuatro, respectivamente. Los maestros plateros constaban todos con tres pesos de impuesto, que correspondían al haber de ciento cincuenta. Eran Antonio Ruiz, Miguel Solís, Juan Mogro, Eugenio Aguirre, José Solís y Aldana, José Antonio Mogollón y Andrés Solano. En 1825 estaba todavía fresco el recuerdo de Manuel Samaniego, quien había muerto y repentinamente el año anterior. Su mujer, Manuela Jurado y Solís, otorgó su testamento el 19 de agosto de 1830, dejando por heredera a su hija Brígida Samaniego, casada con José Fortim138. Samaniego era deudo de Bernardo Rodríguez por el apellido materno Jaramillo y, por su esposa, tenía parentesco con los plateros de apellido Solís. En este ambiente de arte se formó Antonio Salas, quien demostró su afecto a Samaniego, bautizando a una de sus hijas con el nombre de Brígida, que era el de la heredera del maestro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario